¿Y cómo sé yo que el coach es bueno?
Desde mis inicios como coach siempre pensé que el método del coaching era sólo una parte de lo que pasaba en un proceso. A mí me gusta decir que un coach es un “entrenador mental” porque así entiendo el papel que ejerce: entrenar al coachee en tomar consciencia de dónde está, dónde quiere llegar y cómo hacerlo. Con mi enfoque emocional desde luego revisando desde dónde y cómo está emocionalmente, no sólo desde qué creencias afronta su proceso.
Como supervisora he tenido ocasión de ver docenas de coaches trabajando y he visto un hacer muy diferente de un coach a otro, aún formados en el mismo grupo.
Los teóricos dicen que la clave del proceso está en el cliente. Y sin duda la responsabilidad del compromiso es de éste. Pero a mí ahora me ha entrado la duda de si la potencia del coaching no está en el método, sino en el agente del coaching, en el coach.
Últimamente revisaba los videos y textos de Carl Rogers, para mí el primer prácticante de la metodología de coaching y un autor esencial para todo coach que trabaje en el ser y andaba reflexionando sobre las competencias que atañen al propio coach, no las técnicas, sino las personales, eso que en el Grupo de Trabajo del Colegio de psicólogos de Madrid, denominamos metacompetencias del coach, aquellas que tienen que ver con el trabajo constante por conocerse y gestionarse como persona. Llevaba tiempo buceando en qué marca la diferencia y hace del coaching ese método que lleva a resultados extraordinarios. Suelo decirles a mis alumnos que la conversación de coaching no es una “conversación de café”, sino un espacio de energía tal que el cliente se sienta confiado para abrirse y mirar cómo mira y mirar dónde no miraba, no es sólo una conversación, es una transformación.
Ahora no tengo dudas, después de tres años realizando numerosas supervisiones lo veo claro. La gran responsabilidad del coach es estar para el otro, desde la humildad, la sencillez y el aceptar. ¿Cómo puedo ser un espejo en el que se mire mi cliente, si yo estoy empañado?
Y empañado estoy cuando no me miro, cuando no me cuestiono o cuando me doy por perfecto profesional sin más. Hay bastante más implicado que un mero curso de formación que te acredite como coach (eso en el mejor de los casos) porque hay gente que se ha puesto “la etiqueta de moda” como si nada, como si no hubiera una enorme responsabilidad detrás de este papel.
Se trata de ser persona para poder estar para el otro. ¡Y hay tanto, y arrastramos tanto detrás de cada uno!
La madurez mental que un coach excelente requiere es altísima. Necesita acompañar al cliente en su proceso de cambio sin caer en la tentación de modelar ese cambio según él mismo, sus creencias, emociones, preferencias y experiencia. Cuando no se ha entrenado para tener esta madurez mental, no sólo con formaciones de alto nivel reflexivo, sino con la supervisión de su trabajo como coach, puede fácilmente llevar al cliente hacia sus propias soluciones y no respetar las de éste. Otro aspecto en el que se manifiesta esta madurez mental es en la neutralidad ante los desbordes emocionales causados por la intensidad de los sentimientos que afloran en las conversaciones. Una baja madurez mental puede hacer que el coach impida que el cliente ahonde en sus conflictos para que no se produzcan estos desbordes emocionales que teme no controlar o que le impactan personalmente poniendo con ello frenos extras al progreso del cliente.
No puedo entender que un coach capaz de ofrecer ese espacio a la transformación de otro, no esté en permanente revisión, en permanente formación, en permanente cuestionamiento de sí mismo y de la oferta de acompañamiento que está haciendo. Desde mi experiencia en los diferentes foros de coaching en los que participo cada minuto dedicado a esto nos hace más dignos, más humildes y más trasparentes. El compromiso con mi propia evolución es una cierta garantía para el cliente de su propia evolución. Sería bueno que el cliente indagara qué persona tiene delante, no sólo qué nombre tiene o de qué empresa viene a la hora de elegir a su coach. La práctica nos dice que la gran diferencia en el proceso está en los “intangibles”, en cómo el coach lleva a su cliente a ese espacio donde llega a ver posibilidades y se siente capaz de alcanzar sus retos. De ahí la enorme importancia de que el coach siga procesos de supervisión que le permitan ser un coach que actúe de catalizador de la energía del cliente y de facilitador de su empoderamiento para conseguir sus retos. Con humildad, con sencillez, aceptando, simplemente estando.
Isabel Aranda
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