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En uno de los debates de Womantalent en Linkedin, se ha planteado la cuestión «las mujeres se excluyen frente a determinados retos que no están dispuestas a asumir por poner por encima otros intereses que consideran más importantes«.
Asumiendo que el autor del comentario se refiere a la maternidad, debo decir que, evidentemente si, me parece más importante un ser humano que un puesto de trabajo, lo cual no debería indicar para nada que cuidar de ambas cosas perfectamente sea incompatible.
Entraríamos así en el debate de por qué las mujeres asumen la maternidad y la responsabilidad que conlleva de una manera que no suele afectar tanto al hombre… al final un hijo es de dos, pero en el hombre ser padre no parece afectar a su carrera profesional, y desde luego, nadie le cuestionará por serlo.
Hay que preguntarse por qué a la mujer si le cambia de verdad la vida el tener hijos. Hay algunas razones que están en ella (el amor), pero la mayoría están fuera, en su entorno; en la empresa que la encasilla y descarta; en la sociedad, que la demoniza si en vez de atender a sus vástagos se pasa los días de México a Corea o de Nueva York a París, en reuniones convocadas a partir de las 19:00 horas o en noches en vela, no por amamantar o cambiar pañales sino por acabar un proyecto para un cliente; por su propia pareja, que por ser hombre, probablemente gane más que ella y tenga más posibilidades de promoción, lo que refuerza una posición masculina autoexcluyente a la hora de llevar al niño al médico, asistir a un festival, ir a una tutoría o recogerlo en el colegio…
Porque no suele ser él- hablo siempre de buena parte de los casos, no de todos- quien llegue tarde a una reunión, quien trabaje un día desde casa o quien finalmente renuncie a un ascenso, o hasta a un puesto de trabajo, si es incompatible con sus hijos. Si la pareja hace números y hay que pagar la hipoteca, la economía familiar se impone. Y estamos ante la pescadilla que se muerde la cola. Ellos suelen tener mejor posición laboral porque no se les estigmatiza por ser padres y ellas tienen que ceder si llega el caso porque ellos están mejor colocados, lo que nos lleva a que ellas no se colocan mejor porque todo el mundo sabe, cree o da por hecho que son las que cederán si es necesario.
Es un tema curioso, y más curioso aún resulta que las empresas no sólo no aparten, sino que valoren con puntos extra a la trabajadora madre, con evidentes habilidades contrastables de atención a decenas de frentes, gestión de recursos, eficacia a la hora de buscar soluciones, rapidez mental, capacidad de decisión inmediata, dotes organizativas añadidas y multitarea.
«Pocas mujeres preparadas y que realmente quieran estar en primera linea no lo consiguen«, dice el autor del comentario, un hombre cabal que simplemente trata de ofrecer y contrastar opiniones en el debate.
Y es cierto: sólo que en la gran mayoría de los casos, para ello, las mujeres tienen que sacrificar a otras personas, llevarse por delante a hijos, padres, pareja si hace falta, o renunciar directamente a tener familia (en definitiva, renunciar a su vida y a su dimensión humana), o pagar un precio personal, físico y psicológico muy alto por lograrlo.
Señala el autor del comentario que el hombre en el trabajo es un tema que también daría juego en el debate. Y nuevamente, tengo que darle la razón. El hombre, a quien ni siquiera se le permite plantearse estas cuestiones, es un tema sobre el que debemos reflexionar todos – profesionales y empresas- porque él también tiene todo el derecho a trabajar y a tener una vida personal plena, a amar y cuidar a sus niños, a poder estar presente el día que su hijo de cuatro años recita sobre un escenario y ante una platea plagada de madres una poesía dedicada a él para celebrar el dia del Padre. Al final, podemos decir que en ese aspecto, los hombres están más discriminados que nosotras.
Así que creo que lo que realmente hace falta es humanizar las empresas, y racionalizar el trabajo, orientarlo a resultados, independientemente de que hablemos de hombres o de mujeres, dotar de flexibilidad al sistema laboral y crear políticas de igualdad reales, como ha apuntado en el mismo grupo varias veces la psicóloga Susana Aparicio Cilleruelo.
Personalmente, creo que ser madre no resta capacidades ni ganas de dar lo máximo profesionalmente. Al contrario. Ser madres potencia nuestras capacidades. Y una mujer de nuestro tiempo, preparada, con años de estudios, trabajo y esfuerzo a sus espaldas, educada para ser igual que el hombre, no desea a priori renunciar a una oportunidad profesional. Si sucede, tiene motivos para hacerlo. Y de nuevo, lo que hay que preguntarse es por qué.