El secuestro del talento
Recientemente hablando con un amigo, me comentaba que se sentía atrapado en su actual empresa. Había empezado a trabajar en la empresa antes de la crisis. En aquellos momentos la situación era muy favorable a que se llevasen a cabo nuevos proyectos. El dinero no era un problema y, tanto los salarios como las condiciones laborales, eran muy buenas. Se sentía muy a gusto en ella y disfrutaba mucho de su trabajo. Sentía que había elegido un buen sitio donde poder pasar varios años a nivel profesional.
Sin embargo, llegó la crisis y la situación cambió radicalmente. Los proyectos se redujeron a la mínima expresión. Se hacía lo justo para “ir tirando”, llegó el momento de las reducciones salariales, de las jornadas interminabales apelando al espíritu de colaboración. “Hay que trabajar más horas y cobrar menos, todos tenemos que colaborar”, era una frase habitual en la empresa.
Y entonces es cuando su actitud cambió con respecto a la empresa. Ya no era esa empresa magnífica en la que se encontraba tan cómodo. Sentía que la empresa le había “traicionado”. Su nivel de compromiso para con la empresa era el justo y necesario.
“En cuanto la situación mejore, me marcho”. Esa fue la frase con la que acabamos la conversación.
Y no es la primera vez que la oigo. Lo cierto es que en estos últimos meses cada vez la estoy escuchando más.
Es el secuestro del talento. Empleados con una cualificación muy elevada que se sienten atrapados por la situación económica y laboral.
Personas que han sido empleados con altos niveles, no sólo de cualificación sino de desempeño, que se sienten atrapados en empresas que no son capaces de satisfacer las necesidades de éstos por diferentes razones.
Personas que son plenamente conscientes de que no tienen la motivación, las ganas ni la energía de hace algún tiempo.
Personas que podrían ser muy importantes para las empresas en estos momentos tan delicados y que han renunciado a “entregar” lo mejor de sí mismos a éstas.
Y quizás lo más preocupante es la fuga de talento que se producirá en muchas empresas cuando la situación económica mejore que, posiblemente, hará que algunas empresas se llegan a descapitalizar de talento.
Curiosamente es algo que comento con cierta frecuencia con compañeros de RRHH y todos coincidimos en ello y, sin embargo, seguimos sin hacer nada ante esa posible situación.
¿Queremos trabajadores o talento?
Esta pregunta me la he hecho en más de una ocasión y cada vez tengo más claro que las empresas prefieren tener trabajadores antes que talento. Quizás esto se deba a que se tiende a pensar en el talento como algo etéreo, intangible, poco o nada medible. Algo más fruto de las modas de la época de bonanza económico y de las políticas de RRHH de aquellos momentos, que de una verdadera conciencia a nivel empresarial de que el talento supone una gran diferencia en la cuenta de resultados.
Esa es una de las grandes problemáticas de que no hayamos realizados políticas y prácticas activas de detección del talento dentro de nuestras organizaciones. O quizás es que las hemos hecho de forma inadecuada fichando y reteniendo a golpe de talonario, algo que ahora mismo resulta impensable para muchas empresas.
Existe la creencia, muy extendida por cierto, que los empleados son piezas intercambiables. “Si se marcha, tengo una cola de gente deseando trabajar incluso por menos”, “hay mucha gente que está dispuesta trabajar en peores condiciones”, son frases que escucho con frecuencia en las empresas. Y sí, es cierto. Si se marcha un empleado siempre habrá otro dispuesto a hacer su trabajo. Ahora bien, ¿tendrá su mismo nivel de desempeño?
¿Seríamos capaces de decir cuáles son los empleados claves dentro de nuestras organizaciones?
Me atrevo a decir que no. Y es precisamente por eso que en estos momentos estamos huérfanos de talento y el que tenemos está agazapado esperando a que amaine la tempestad para salir y mostrarle todo su potencial a aquella empresa que sí sea capaz de reconocerlo y valorarlo.
Porque las empresas no elegimos el talento. Es el talento quien elige dónde quiere trabajar.
Isabel Iglesias
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