La huelga de cristal
Me han preguntado mucho por la próxima huelga del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo. ¿Estoy de acuerdo? ¿No? Digamos que una huelga como la que se propone no me parece muy eficaz, ni su Manifiesto demasiado adecuado por su maximalismo y porque plantea cuestiones divergentes, que, en mi opinión, desconcentran del objetivo y no está en nuestra mano directa resolver. Tampoco me agradan algunas alusiones ideológicas y políticas, como si fueran las únicas legítimas, porque ponen en entredicho algo que me parece central para las mujeres en esta lucha: la transversalidad de los problemas y la solidaridad con la que debemos confrontarlos.
Pero, una vez dicho esto, me cuidaré de criticar el grito que van a dar a la vez mujeres de medio mundo -es una huelga/manifestación planetaria- para recordar que nuestra causa es la causa de toda la humanidad y que la igualdad entre hombres y mujeres -tan necesaria- beneficiaría a todos, incluso a quienes no creen en ella. Así que, aunque discuta ciertos planteamientos de la huelga del Día 8, daría lo que fuera por que la voz de las mujeres alcanzase esa vibración poderosa que hace romperse los cristales: El manido techo de cristal que todavía agobia a las mujeres occidentales; el de vidrio reforzado con planchas de acero que ahoga a las de tantos otros rincones de la tierra.
Lo que quisiera es que, al día siguiente de la huelga -salga como salga-, el mismo día 9 de marzo, retomásemos la faena con energía y realismo. Que hiciéramos uso de las herramientas que ya tenemos para exprimirlas al máximo, sin esperar ni un minuto. Estoy bastante cansada de proclamas y discursos, de marear las soluciones, de aplazarlas en nombre de mejores leyes futuras, que lavan la cara de los políticos y de los figurones/as que se apuntan al carro, pero que rara vez llegan a buen puerto.
Para escribir este pequeño apunte tengo a mi lado todo tipo de datos, pero prefiero dejarlos para otras ocasiones. Repetirlos no conmueve demasiado, como demuestra -este sí lo aporto- ese 1,8% de personas que se sienten concernidas por algo tan relevante como la violencia contra la mujer, según un reciente barómetro del CIS sobre los problemas sociales que inquietan a los españoles. En ese mismo barómetro vemos que a un 66,8% les preocupa el paro; a un 31,7% la corrupción; a un 28,5% la actuación de los partidos políticos; a un 22,9% la economía y a un 16,7% la situación catalana. Y entre ese pequeño porcentaje afectado por la violencia, predominan las mujeres mayores de 55 años: las jóvenes y los hombres pasan olímpicamente de ello.
Está claro que hay que hacer mucho más desde las asociaciones de mujeres -de cualquier sesgo-, desde los sindicatos y organizaciones profesionales, desde aquellos lugares en los que se imparte formación y se trabaja cara a cara con hombres y mujeres, con chicos y chicas, de forma que todos bajemos a lo práctico, a lo concreto y las preguntas, demandas y reclamaciones no permitan escapatoria ni aplazamiento a quienes tienen resortes y poder para darles respuesta.
Me hace (triste) gracia ver, por ejemplo, el revuelo que se monta a costa de las pensiones, cuando hace décadas que se pronosticó el descenso en la natalidad; descenso que podría llegar a ser muy peligroso si no se tomaban medidas. Pero, aún sabiéndose, desde entonces no se ha hecho nada por la familia, nada. La maternidad se penaliza en España y en otros países de nuestro entorno, como se suele decir. El 58% de las mujeres que trabaja ha tenido que tomar decisiones laboralmente perjudiciales para hacer frente a las responsabilidades familiares y domésticas que se le adjudican sin más ni más (frente a un 6% de los hombres); y el 51% de las mujeres sin hijos, saben que si los tienen deberán renunciar a muchas de sus aspiraciones, frente a un 11% de los hombres en su misma situación.
No quería dar datos y no seguiré por esa vía. Pero hay frentes muy concretos y decisivos en los que urge ser más contundentes y proactivas, además de buscar soluciones prácticas (¡insisto!), para las que necesitaremos la colaboración, la implicación de los hombres, empezando por los de casa: parejas, hijos, hermanos…
Mayor concreción
Concreción, concreción y más concreción. Pienso ahora en esos Planes de Igualdad que tantas empresas de más de 200 empleados han implantado con gran pompa: La idea: terminar con la brecha salarial o las irregularidades en esta materia; asegurar la selección meritocrática de los directivos, etc. etc. Hay Planes bien gestionados, pero la mayor parte carecen de un desarrollo específico -luego, no es posible aplicarlos ni acogerse a ellos-, no se auditan y, llegado el caso, no podría haber sanciones porque no habrá denuncias… ni demasiados inspectores que investiguen. Y qué decir de las empresas cotizadas, que han dado un salto significativo desde la Ley de Igualdad -en 2007- sentando a más mujeres en sus Consejos, pero aún están muy lejos de esa casi paridad que la UE pide -no exige- para el cercanísimo 2020… De todas formas, en España no abundan tanto este tipo de empresas de buen tamaño como pymes, micro pymes y autónomos para los que contratar mujeres es, a veces, un campo de minas.
Aludía antes a la violencia contra las mujeres. De todas las injusticias, me parece la más repugnante y la que se plantea de manera más insidiosa, sobre todo cuando se disfraza de cultura o se ampara en la religión. Un elemento agitador de esta huelga del Día Internacional de la Mujer, aunque no esté conectado directamente, es el famoso movimiento meToo. Ya he dicho en algún otro momento que me parece interesante, aunque también muy peligroso si no se alía con la Ley para combatir aquello que denuncia. Sin embargo, la violencia sexual, el abuso de la mujer en sus diversos grados, está demasiado presente en la vida cotidiana de nuestras sociedades democráticas y no digamos allí donde el respeto por los derechos humanos no vale gran cosa. Qué puedo decir, si los peores comportamientos llegan a tenerlos desde Cascos Azules -la ONU, que gran idea desperdiciada-, a miembros de ONGs y quienes detentan un poder grande a veces, mísero en otras, pero suficiente como para presionar y, llegado el caso, matar.
Yo era muy joven cuando, en 1968, un numeroso grupo de mujeres -de todas las edades- quemaron sus sujetadores -en Atlantic City, creo recordar-, y con la excusa de un concurso de misses. El final de los sesenta fue efervescente y los Estados Unidos su gran altavoz. Los jóvenes -y los que sin serlo se apuntaban a sus ganas de cambio- ponían el dedo en la llaga de un montón de injusticias embalsadas, de conflictos bélicos en los que no creían, y de realidades que les desagradaban. Las mujeres aprovecharon la oportunidad para agitar la bandera de sus reivindicaciones con fuerza. Se producían muchas paradojas: el símbolo de los sujetadores malditos (y de todos los artilugios relacionados con la obligación de la belleza) se daba la mano con la alegría de las minifaldas de Mary Quant y los maquillajes locos. En fin, si había playas debajo de los adoquines y la Luna estaba al alcance de la mano, ¿por qué no se iban a conseguir todas las cosas que se reclamaban?
Las mujeres de aquel 1968 criticaban a sus madres y abuelas que habían conseguido el voto en torno a 1920 y habían sobrevivido a dos guerras mundiales, pero se habían replegado a su papel de mujercitas domésticas cuando los hombres volvieron a casa y reclamaron su estatus. Eran injustas con sus madres, pero tenían razón. Sus madres y sus abuelas seguían siendo ciudadanas de segunda, solo en un rango mejor que el de los negros… salvo que ellas mismas fueran negras. Lo que da vértigo es pensar que la conquista del voto y otros avances se había producido medio siglo antes de la famosa quema de los sujetadores y yo recuerdo aquel acontecimiento medio siglo después. Negar los cambios sería absurdo, pero, ¿de verdad necesitaremos otros 50 años para llegar a donde hay que llegar?
La tarea es ardua y tenemos derecho a sentirnos furiosas y frustradas por la lentitud de los cambios. Es esa ira y ese hartazgo el que creo que confiere un carácter especial al Día Internacional de la Mujer de 2018. Pero, como decía antes, lo que importa es lo que hagamos desde el 9 de marzo, reforzando la pedagogía con los hombres que siguen sin enterarse (a veces intencionadamente, otras porque no se les explica de forma ineludible); con las jóvenes que tantas cosas dan por hechas, con los jóvenes que ya no tienen las excusas socioculturales de sus padres y abuelos.
Me gustaría que la huelga del día 8 fuera un éxito en la medida de lo posible y, sobre todo, que diese buenas herramientas para pensar, actuar y acertar.
Yo estaré en ello el 9 de marzo con todas mis fuerzas.
Eva Levy
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