El final del verano
“Cuando calienta el sol aquí en la playa…”, quien no conoce las palabras que siguen y evocan un mundo de sensualidad, de placer, de amor. Fue aquella una canción que los Machucambos transformaron en imagen mítica de una época y en símbolo de lo que los ingleses, más escuetos y más prácticos, exprimieron con la trilogía sea, sex, and sun. Y que conste que todo ello no ha desaparecido! Pero conviene también preguntarse si no se disciernen ahora profundas grietas en la idílica imagen que año trás año transmiten los medios de comunicación de toda índole.
Desde mucho tiempo se sabe que, a pesar de los reportajes cotidianos sobre la afluencia multitudinaria en todos los puntos del litoral, todo el mundo no va a la playa. El verano no disminuye los sufrimientos de aquellos que azotan la miseria y/o la enfermedad, al contrario ocurre a menudo que los hace más insoportables aún, en las viviendas precarias de ciudades donde los servicios sociales funcionan a ritmo lento, muy lento, mientras la demanda es la misma, o a veces mayor. El sol es a la vez calor y luz. El calor reconforta, alienta, relaja pero también quema.
Veranos caniculares, ancianos que mueren de no haber bebido bastante, migrantes que perecen por haber pensado que el mar seria menos peligroso en julio o en agosto, bosques que arden, catástrofes naturales y humanas, no solo en Grecia o en California, mosquitos tropicales, vectores del dengue y de otras escalofriantes enfermedades, ahora presentes en países septentrionales donde jamás se los había visto…No estaba equivocado el presidente galo, Jacques Chirac, cuando dijo en septiembre de 2002, en Johannesburgo : “arde la casa, pero nosotros miramos hacia otro lado”.
La luz revela, nos pone delante los ojos lo que a veces no quisiéramos ver. Por lo menos así tendría que ser, pero precisamente lo que ocurre con la luz del verano no es eso. Vamos a la playa a olvidarnos de todo, decididos a no ver otra cosa que eso, la playa y los que la frecuentan. Olvidarnos del descalabro de una Europa en la cual tanto creíamos y que ahora, como el puente de Génova símbolo del dramático estado de Italia, se derrumba bajo nuestros ojos.
Olvidarnos de nuestra incapacidad en dar una respuesta satisfactoria al drama cotidiano de los migrantes, frente al cual tanto se habla y tan poco se hace. Olvidarnos de nuestra economía que, a pesar de muy meritorios esfuerzos, ve como la sobrepasan países que antes no fabricaban nada y a los cuales por lo tanto vendíamos todo. Olvidarnos de los problemas no solo ideológicos sino también, que son más fundamentales, de identidad, con los cuales se encuentra enfrentada nuestra sociedad.
Yo no quiero culpabilizar a nadie, me alegro sinceramente de que tanta gente haya podido descansar, pasárselo bien, amarse durante de estas semanas. Lo que quiero sugerir es que desde los Machucambos y su canción, mucho ha cambiado el mundo. Me hizo sonreir recientemente una viñeta en la cual la chica le dice a su pareja: “este verano solo quiero oír las vibraciones de tu corazón, no las de tu móvil”. ¿Pero qué joven sería capaz de exigir hoy en día una prueba de amor tan extravagante, tan inhumana sin temer que se quiebre inmediatamente su relación?
Lo peor no es eso. Lo que cantaban los Machucambos era un estado de armonía entre dos seres que se amaban y la naturaleza, marco de su amor. Mientras existan seres humanos existirá el amor, como realidad y/o como ilusión. Lo que desaparece bajo nuestros ojos que tan poco ven es la fusión que pudo existir entre el ser humano y la naturaleza. El sol quema cada vez más y el mar se ha transformado en un botadero público. Mejor será que no nos quiten lo bailao…
Eva Levy
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